sábado, 16 de noviembre de 2013

Fin del verano



A falta de viajes en moto, me entretengo con paseos cortos, que no es poco.

Perdón por el pareado, pero en realidad corresponde a los ratos que paso con mi par de motos.
La Montesa, a falta de hibernar en pocos días, dispuse de ella un par de horas cuando tuve que ir al pueblo a hacer unas gestiones, se me dieron muy bien y me quedó una hora larga para dar una vuelta con ella por la zona. Por supuesto, para ir al pueblo me acerqué con la Varadero y el contraste no puede ser mayor. Dejar una moto cómoda, grandota, potente, de seis velocidades, noventa y pico caballos (Cv)* de casi 1000 cc de cubicaje y que mantiene sin despeinarse velocidades de 150-160 km/h y subirte a una moto pequeña, con el cambio en el lado opuesto, de tres velocidades, 125 cc y cinco escasos caballos de potencia y que mantiene en llano con cierto esfuerzo velocidades de 70-80 km/h es un cambio tremendo.
 
Pero todo lo que tiene de contraste en cuanto a características técnicas –y las lógicas de los más de 50 años de diferencia entre una y otra-, todo lo que hay diferente digo, lo comparten en cuanto al disfrute que ambas proporcionan. Muy diferente en la manera de proporcionarlo pero de similar gozo al disfrutarlo, obviamente cada una en su estilo.
 
Con la Montesa descubres que no es necesario ir rápido para sentir que vas en una moto, que el subir una cuesta a 50 km/h no significa aburrirte ni mucho menos, percibes con más intensidad el entorno, el paisaje se convierte en algo cercano, perfectamente nítido y no como en una moto grande en la que, habitualmente, se va tan rápido que obviamente has de centrar tu mirada en la siguiente curva y en el paisaje que ves lejos, no puedes mirar los árboles que tienes a 10 metros ni detalles pequeños porque escapan a tu visión.
Además, la Montesa es una moto más humana, sabes que todo depende de ti, que apenas hay elementos que te ayuden en caso de problemas; los frenos apenas hacen su trabajo, la suspensión es muy justita y la potencia nunca te va a ayudar a adelantar a un coche –es más habitual lo contrario- pero hace que tengas todo más presente, que estés menos aislado de lo que te rodea, hace el montar en moto algo más directo y sensible y menos mecánico por decirlo de alguna manera.
El paseo fue una delicia, al ritmo que pedía la moto, sin forzarla demasiado, los coches me respetaron en todo momento y los kilómetros pasaban entre olivos cargados de frutos y viñedos  con los variados tonos de las hojas en otoño. Además, en las paradas que hice para las fotos, el silencio del campo me permitió ver y escuchar -y disfrutar- las bandadas de grullas en su periplo a las dehesas de extremadura e incluso más allá, a las zonas occidentales de Andalucía. Una maravilla, qué os puedo contar.



Y ayer conseguí escaparme a la hora de la comida para – no comiendo- dar una vuelta con la Varadero, aprovechando el –según la información meteorológica- último día de buenas temperatura antes de la entrada de verdad del otoño. Y a fe mía que acertaron, porque esa misma tarde entró un frente frío con mucho viento que cambió la temperatura totalmente. Así que, decidí darme un paseo por el oeste de Madrid, mi idea era pasar por el pantano del Burguillo, el Tiemblo, salir a Burgohondo y subir Mijares, pero al llegar a San Martín de Valdeiglesias el mencionado frente frío ya estaba haciendo de las suyas y montar en moto por la N-403 con viento racheado del norte no es lo que yo llamo la situación idílica, y como ya estoy mayor para sufrir de manera gratuita, decidí cambiar rumbo hacia Cebreros, Robledo y por El Escorial volver a casa. 
 
La carretera que comunica el cruce de San Martín de Valdeiglesias con Cebreros es un buen tramo “motero”, curvas de todo tipo, subidas y bajadas y buen piso hacen que recorrer este breve tramo de asfalto se haga con una sonrisa de oreja a oreja; es realmente muy divertido y las bondades de los Anakee III salen a relucir: buen agarre, perfil redondeado para tomar las curvas con más aplomo y suavidad, pero con ese toque de agresividad que permiten a una moto nada ligera como la Varadero manejarse con cierta soltura entre rectas cortas. Y la ayuda del amortiguador nuevo no es nada desdeñable, es una delicia no tener la sensación de muelle que tenía con el viejo y castigado amortiguador.
 
En cebreros, tomo la carretera que va hacia Robledo de Chavela,  con un primer  tramo con asfalto impecable y amplias curvas y un tramo –ya pasado el río Becedas- más roto con asfalto más viejo, pero que también ofrece buen agarre y sobre todo un trazado de curvas cerradas y con cambios de desnivel que hacen que sea una conducción intensa a la par que divertida. La única pega de este tramo es el incendio que se produjo aquí el pasado mes de agosto y que dejó una buena parcela del monte calcinada. Pocas cosas hay que me horroricen más que un incendio, sobre todo si es provocado, porque que un árbol consiga nacer, medrar y crecer durante decenas de años para convertirse en un productor neto de oxígeno y de fijación de CO2 y que algún idiota queme de manera descontrolada unos rastrojos, decida hacerse una barbacoa, quiera destruir monte para tener madera barata o que recalifiquen un terreno  y el último eslabón: que le guste quemar cosas, me parece una aberración y debería estar penado de una manera más severa –aunque visto lo visto con el tribunal de Estrasburgo, qué voy a pedir-, porque el tiempo que tarda un monte –si lo hace- en volver a estar como estaba antes del incendio es demasiado como para poder permitírnoslo.

 
Además, el aspecto que presenta un paisaje quemado es dantesco, solitario, desértico, triste y monocolor, es un horror. La única nota de color mientras paraba la moto, eran algunas hierbas ralas que habían crecido, libres de la sombra que proporcionaban el resto de plantas y hojas secas de los árboles –no hay mal que por bien no venga-  y que aprovechaban los últimos días de sol antes del frío del otoño.
 
Tras un rato parado en semejante paisaje, decido seguir ruta hacia el puerto de La Cruz verde, una gozada porque es una carretera que no me gusta frecuentar los fines de semana porque está plagada de locos al manillar, pero no me encuentro a ninguna moto en todo el tramo hasta El Escorial, lo que ayuda a pasar tranquilamente un puerto de curvas retorcidas, no muy buen asfalto, pero con unas vistas espectaculares hasta incluso Madrid. No me extraña que en estos montes, se colocaran almenaras –ahora con un whazzap se hubiera solucionado, pero eran otros tiempos, más broncos y complejos en lo tecnológico-.

Así que paso a paso, voy regresando a Madrid, con buena temperatura y el viento que sopla de norte, aunque visto lo visto, esta tarde empezará a hacer fresco, así que he hecho muy bien en salir en moto hoy. Han sido dos buenas excursiones de fin de verano.
  
Missing U baby ;-)
Saludos

*Unidad de potencia de una máquina, que representa el esfuerzo necesario para levantar, a 1 m de altura, en 1 s, 75 kg, y equivale a 745,7 W.

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