A falta de viajes en moto, me entretengo con paseos cortos, que no es poco.
Perdón por el pareado, pero en realidad corresponde a los
ratos que paso con mi par de motos.
La Montesa, a falta de hibernar en pocos días, dispuse de
ella un par de horas cuando tuve que ir al pueblo a hacer unas gestiones, se me
dieron muy bien y me quedó una hora larga para dar una vuelta con ella por la
zona. Por supuesto, para ir al pueblo me acerqué con la Varadero y el contraste
no puede ser mayor. Dejar una moto cómoda, grandota, potente, de seis
velocidades, noventa y pico caballos (Cv)* de casi 1000 cc de
cubicaje y que mantiene sin despeinarse velocidades de 150-160 km/h y subirte a
una moto pequeña, con el cambio en el lado opuesto, de tres velocidades, 125 cc
y cinco escasos caballos de potencia y que mantiene en llano con cierto
esfuerzo velocidades de 70-80 km/h es un cambio tremendo.
Pero todo lo que tiene de contraste en cuanto a
características técnicas –y las lógicas de los más de 50 años de diferencia
entre una y otra-, todo lo que hay diferente digo, lo comparten en cuanto al
disfrute que ambas proporcionan. Muy diferente en la manera de proporcionarlo
pero de similar gozo al disfrutarlo, obviamente cada una en su estilo.
Con la Montesa descubres que no es necesario ir rápido para
sentir que vas en una moto, que el subir una cuesta a 50 km/h no significa
aburrirte ni mucho menos, percibes con más intensidad el entorno, el paisaje se
convierte en algo cercano, perfectamente nítido y no como en una moto grande en
la que, habitualmente, se va tan rápido que obviamente has de centrar tu mirada
en la siguiente curva y en el paisaje que ves lejos, no puedes mirar los
árboles que tienes a 10 metros ni detalles pequeños porque escapan a tu visión.
Además, la Montesa es una moto más humana, sabes que todo depende de ti, que
apenas hay elementos que te ayuden en caso de problemas; los frenos apenas
hacen su trabajo, la suspensión es muy justita y la potencia nunca te va a
ayudar a adelantar a un coche –es más habitual lo contrario- pero hace que
tengas todo más presente, que estés menos aislado de lo que te rodea, hace el
montar en moto algo más directo y sensible y menos mecánico por decirlo de alguna manera.
El paseo fue una delicia, al ritmo que pedía la moto, sin forzarla demasiado, los coches me respetaron en todo momento y los kilómetros pasaban entre olivos cargados de frutos y viñedos con los variados tonos de las hojas en otoño. Además, en las paradas que hice para las fotos, el silencio del campo me permitió ver y escuchar -y disfrutar- las bandadas de grullas en su periplo a las dehesas de extremadura e incluso más allá, a las zonas occidentales de Andalucía. Una maravilla, qué os puedo contar.
Y ayer conseguí escaparme a la hora de la comida para – no comiendo- dar una vuelta con la Varadero, aprovechando el –según la información meteorológica- último día de buenas temperatura antes de la entrada de verdad del otoño. Y a fe mía que acertaron, porque esa misma tarde entró un frente frío con mucho viento que cambió la temperatura totalmente. Así que, decidí darme un paseo por el oeste de Madrid, mi idea era pasar por el pantano del Burguillo, el Tiemblo, salir a Burgohondo y subir Mijares, pero al llegar a San Martín de Valdeiglesias el mencionado frente frío ya estaba haciendo de las suyas y montar en moto por la N-403 con viento racheado del norte no es lo que yo llamo la situación idílica, y como ya estoy mayor para sufrir de manera gratuita, decidí cambiar rumbo hacia Cebreros, Robledo y por El Escorial volver a casa.
La carretera que comunica el cruce de San Martín de
Valdeiglesias con Cebreros es un buen tramo “motero”, curvas de todo tipo,
subidas y bajadas y buen piso hacen que recorrer este breve tramo de asfalto se
haga con una sonrisa de oreja a oreja; es realmente muy divertido y las
bondades de los Anakee III salen a relucir: buen agarre, perfil redondeado para
tomar las curvas con más aplomo y suavidad, pero con ese toque de agresividad
que permiten a una moto nada ligera como la Varadero manejarse con cierta
soltura entre rectas cortas. Y la ayuda del amortiguador nuevo no es nada
desdeñable, es una delicia no tener la sensación de muelle que tenía con el
viejo y castigado amortiguador.
En cebreros, tomo la carretera que va hacia Robledo de
Chavela, con un primer tramo con asfalto impecable y amplias curvas
y un tramo –ya pasado el río Becedas- más roto con asfalto más viejo, pero que
también ofrece buen agarre y sobre todo un trazado de curvas cerradas y con
cambios de desnivel que hacen que sea una conducción intensa a la par que
divertida. La única pega de este tramo es el incendio
que se produjo aquí el pasado mes de agosto y que dejó una buena parcela del
monte calcinada. Pocas cosas hay que me horroricen más que un incendio, sobre
todo si es provocado, porque que un árbol consiga nacer, medrar y crecer
durante decenas de años para convertirse en un productor neto de oxígeno y de
fijación de CO2 y que algún idiota queme de manera descontrolada
unos rastrojos, decida hacerse una barbacoa, quiera destruir monte para tener
madera barata o que recalifiquen un terreno
y el último eslabón: que le guste quemar cosas, me parece una aberración
y debería estar penado de una manera más severa –aunque visto lo visto con el
tribunal de Estrasburgo, qué voy a pedir-, porque el tiempo que tarda un monte –si
lo hace- en volver a estar como estaba antes del incendio es demasiado como
para poder permitírnoslo.
Además, el aspecto que presenta un paisaje quemado es
dantesco, solitario, desértico, triste y monocolor, es un horror. La única nota
de color mientras paraba la moto, eran algunas hierbas ralas que habían
crecido, libres de la sombra que proporcionaban el resto de plantas y hojas
secas de los árboles –no hay mal que por bien no venga- y que aprovechaban los últimos días de sol
antes del frío del otoño.
Tras un rato parado en semejante paisaje, decido seguir ruta
hacia el puerto de La Cruz verde, una gozada porque es una carretera que no me
gusta frecuentar los fines de semana porque está plagada de locos al manillar,
pero no me encuentro a ninguna moto en todo el tramo hasta El Escorial, lo que
ayuda a pasar tranquilamente un puerto de curvas retorcidas, no muy buen
asfalto, pero con unas vistas espectaculares hasta incluso Madrid. No me
extraña que en estos montes, se colocaran almenaras –ahora con un whazzap
se hubiera solucionado, pero eran otros tiempos, más broncos y complejos en lo
tecnológico-.
Así que paso a paso, voy regresando a Madrid, con buena temperatura
y el viento que sopla de norte, aunque visto lo visto, esta tarde empezará a
hacer fresco, así que he hecho muy bien en salir en moto hoy. Han sido dos
buenas excursiones de fin de verano.
Missing U baby ;-)
Saludos
*Unidad de potencia de una máquina, que
representa el esfuerzo necesario para levantar, a 1 m de altura, en 1 s, 75 kg,
y equivale a 745,7 W.
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